Contaminación lumínica: qué es, cómo afecta a Chile y por qué importa
La contaminación lumínica, el exceso de luz artificial que invade el cielo nocturno y altera los ciclos naturales. También conocida como polución luminosa, no es solo un problema estético: es una amenaza silenciosa para la salud, la naturaleza y la ciencia. En Chile, donde el cielo limpio ha sido durante décadas un tesoro nacional para la astronomía, esta luz innecesaria está borrando estrellas, confundiendo animales y hasta alterando nuestro sueño.
La luz artificial, la iluminación urbana, comercial y residencial que se escapa hacia el cielo. También conocida como luz intrusa, no solo gasta energía: ilumina donde no debería. En ciudades como Santiago, Valparaíso o Concepción, las farolas mal dirigidas, los letreros brillantes y los estadios con luces potentes envían miles de vatios al cielo, en vez de al suelo donde se necesitan. Esto no solo hace que ver la Vía Láctea sea casi imposible en zonas urbanas, sino que también interfiere con los telescopios del Atacama, donde se hacen algunos de los descubrimientos más importantes del mundo. Pero el daño no se queda en el cielo. Las especies nocturnas, como murciélagos, aves migratorias e insectos. También conocida como fauna nocturna, se desorientan con la luz artificial. Las tortugas marinas que nacen en las playas de Chile y buscan el mar guiadas por la luna terminan caminando hacia las calles iluminadas. Las aves chocan contra edificios por confundir las luces con el horizonte. Y los insectos, base de la cadena alimentaria, mueren por millares atraídos por focos inútiles.
La astronomía, la ciencia que estudia los cuerpos celestes y que depende de cielos oscuros. También conocida como observación astronómica, es uno de los pilares económicos y culturales de Chile. Pero sin cielos oscuros, los telescopios pierden precisión. Los científicos ya no pueden ver lo que antes veían. Y eso no solo afecta a los investigadores: afecta a las generaciones que nunca verán el cielo tal como era hace 50 años. La buena noticia es que Chile ya tiene leyes para controlarla. La Ley de Cielos Oscuros, vigente desde 2019, obliga a usar farolas con luz dirigida hacia abajo y limita la intensidad en zonas sensibles. Pero la aplicación es desigual. En muchas comunas, sigue habiendo luces que apuntan al cielo, letreros que brillan toda la noche y fachadas iluminadas sin razón.
Lo que verás aquí no son solo noticias sobre luces encendidas. Son historias de comunidades que luchan por recuperar sus noches, de científicos que registran cómo cambia el cielo, de artistas que usan la oscuridad como inspiración, y de ciudadanos que exigen cambios reales. Porque la contaminación lumínica no es un problema lejano: es algo que ves cada vez que miras hacia arriba y no ves estrellas.