Cultura coreana
La cultura coreana, el conjunto de tradiciones, expresiones artísticas y modos de vida que se originan en Corea del Sur y Corea del Norte. También conocida como Hallyu, ha dejado de ser un fenómeno lejano para convertirse en parte del paisaje cultural diario en Chile. No es solo música o series: es el modo en que jóvenes en Santiago bailan BTS en parques, en que familias en Valparaíso comparten kimchi en sus mesas, o en que estudiantes en Concepción discuten el último drama coreano como si fuera un evento nacional.
La K-pop, un género musical hiperproducido que combina pop, hip-hop y danza coreográfica con una estética visual única llegó con fuerza y no se fue. Bandas como BLACKPINK o SEVENTEEN tienen fan clubs activos en ciudades pequeñas, no solo en Santiago. El cine coreano, un tipo de cine que mezcla suspense, drama social y violencia estilizada con una profundidad emocional rara ha conquistado salas de cine en Chile: películas como "Parasite" no solo ganaron Oscar, sino que abrieron la puerta a otras como "Train to Busan" o "The Wailing", que ahora se proyectan en festivales locales. Y no podemos olvidar la gastronomía coreana, una comida que va más allá del bibimbap: es el bulgogi que se cocina en casas chilenas, el tteokbokki que se vende en ferias universitarias, y el kimchi que ya tiene su versión con repollo chileno.
¿Por qué esta cultura se pega tanto aquí?
No es casualidad. La cultura coreana se vende con autenticidad, no con estereotipos. Sus historias hablan de presión social, de familias complejas, de jóvenes que luchan por ser ellos mismos —temas que resonamos aquí, donde también hay presión por el éxito, por el trabajo, por la imagen. Y eso no se ve en pantallas grandes, sino en TikToks, en grupos de WhatsApp de fans, en talleres de k-pop en centros culturales barriales. Chile no solo consume cultura coreana: la adapta, la mezcla, la vive. Lo que encuentras en esta colección no son solo noticias aisladas, sino pistas de cómo esta influencia se arraiga: desde conciertos llenos hasta restaurantes que abren sin publicidad, pasando por estudiantes que aprenden coreano solo por amor a las series. Aquí no hay modas pasajeras: hay conexión real.